Empatía que transforma: ver con los ojos de Jesús
En un mundo cada vez más individualista, ponerte en los zapatos del otro es una revolución silenciosa… y profundamente bíblica.
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5/11/20254 min leer


Empatía que transforma: ver con los ojos de Jesús
En un mundo cada vez más individualista, ponerte en los zapatos del otro es una revolución silenciosa… y profundamente bíblica.
Vivimos en la era del yo primero. De los filtros que embellecen la imagen, pero opacan la realidad. De las opiniones rápidas, los juicios instantáneos y los corazones distraídos. En medio de un mundo que corre para ganar likes, destacar en la multitud o simplemente sobrevivir al caos del día, hablar de empatía suena casi revolucionario. O anticuado. O innecesario.
Pero cuando te detienes y miras como miraba Jesús, entiendes algo radical: ponerse en los zapatos del otro no es debilidad. Es sabiduría. Es poder. Es amor activo.
La empatía no es solo “sentir bonito”
Hay quienes piensan que la empatía es algo suave, cursi, reservado para campañas publicitarias o terapias grupales. Pero la empatía bíblica no es una emoción pasajera. Es una decisión espiritual. Es mirar al otro y ver más que su error, su ideología o su apariencia. Es ver su historia, su dolor, su valor.
Jesús no solo sanó enfermos. Los escuchó.
No solo predicó desde el monte. Lloró con los que lloraban.
No solo enseñó parábolas. Se sentó con pecadores.
Él veía con los ojos del cielo, pero pisaba con los pies del pueblo.
¿Y si la empatía fuera un milagro silencioso?
En Marcos 1:40-41 leemos la historia de un leproso que se acerca a Jesús. Este hombre no solo era físicamente enfermo, sino socialmente marginado. Era invisible. Intocable. Pero dice el texto que Jesús “movido a compasión, extendió la mano y lo tocó”.
¿Te das cuenta? No tenía por qué tocarlo. Bastaba con una palabra. Pero Jesús hizo lo impensable, lo incómodo, lo humanamente riesgoso. Se conectó con su dolor. Lo miró como nadie más lo hacía.
Esa es la empatía divina. La que no juzga desde lejos, sino que acerca el corazón.
¿Y nosotros? ¿Qué tan ciegos andamos?
Vamos por la vida opinando sobre todos:
“Ese tipo siempre está de mal humor.”
“La chica esa se viste para llamar la atención.”
“Ese joven es un flojo. No quiere trabajar.”
Pero no sabemos que tal vez:
Ese tipo con mal humor perdió a su papá la semana pasada.
La chica que se viste llamativamente nunca recibió afecto sincero.
El joven “flojo” vive con ansiedad paralizante.
La empatía no justifica el pecado, pero explica el dolor. Y cuando entiendes el dolor del otro, tus palabras cambian. Tus reacciones también.
Jesús veía más allá de las apariencias
¿Te has preguntado por qué Jesús escogió a gente tan variada?
Un cobrador de impuestos corrupto.
Unos pescadores sin formación.
Un traidor potencial (sí, Judas estaba en el grupo).
Jesús veía lo que nadie más veía. No elegía por currículum, sino por potencial. No se enfocaba en el pasado, sino en lo que Dios podía hacer con ellos.
¿Y tú? ¿A quién estás descartando hoy, que Dios está llamando?
Empatía no es debilidad. Es guerra espiritual.
Sí, leíste bien. En un mundo de odio, juicio y división, ser empático es un acto de resistencia. Es decir:
“No me dejaré llevar por el odio. No caeré en la burla fácil. No voy a deshumanizar al otro. Voy a ver como Jesús ve.”
Efesios 6 nos dice que nuestra lucha no es contra carne ni sangre. Pero se nos olvida. Creemos que el enemigo es el vecino que piensa distinto, el jefe que nos ignora, el amigo que nos traicionó. Pero la empatía nos recuerda que detrás de cada actitud hay una historia. Y que nuestra misión no es vencer al otro, sino rescatarlo del fuego si es posible.
¿Se puede aprender a ser empático?
¡Sí! La empatía no es un “don exclusivo”. Es una habilidad espiritual que se cultiva. Aquí algunas prácticas que te pueden ayudar:
1. Haz pausas antes de reaccionar
Cuando alguien te irrite, no respondas de inmediato. Haz una pausa interior y pregúntate:
“¿Qué herida hay detrás de esta reacción?”
2. Escucha de verdad
No solo oigas. Escucha para comprender, no para responder. Mira a los ojos. Apaga el celular. Valida emociones aunque no compartas opiniones.
3. Ora por ojos nuevos
Pide al Espíritu Santo que te dé la capacidad de ver a las personas como Dios las ve. Te sorprenderás cuán diferente se ven cuando los miras con amor.
4. Recuerda tu historia
Tú también has sido malinterpretado, herido, excluido. No olvides el dolor que Dios sanó en ti. Eso te vuelve más sensible al dolor ajeno.
5. Lee los Evangelios… con lupa empática
Mira cada encuentro de Jesús con la gente. Observa cómo trató al ciego, a la adúltera, al fariseo. Verás que nunca usó el mismo trato para todos, porque la empatía personaliza el amor.
La empatía no salva… pero acerca al Salvador
No confundamos. La empatía por sí sola no transforma corazones. Solo el Espíritu Santo lo hace. Pero la empatía abre puertas. Prepara el terreno. Crea puentes. Y muchas veces, es la primera semilla que lleva a otros a Cristo.
¿Cuántas personas han rechazado a Dios porque primero fueron rechazadas por sus representantes?
El amor de Jesús no se predica solo en sermones, sino en cómo tratamos a la cajera cansada, al compañero pesado, al hermano que no entiende lo que entendemos.
Porque empatía es también evangelismo
No todo evangelismo lleva una Biblia en la mano. A veces lleva una sonrisa sincera, una oreja paciente, un abrazo inesperado. Y eso toca más que mil palabras.
El mundo no necesita más opiniones cristianas. Necesita más corazones como el de Cristo.
¿Y si empezaras hoy?
Haz el experimento. Hoy mismo, en lo pequeño:
Mira al portero con atención. Pregunta su nombre.
Sé amable con quien no lo merece.
Muestra interés real por alguien que sueles ignorar.
Podrías estar sembrando una semilla de transformación. Porque cuando la empatía nace del Espíritu, deja de ser solo simpatía humana y se convierte en compasión divina.
Final con propósito
Jesús no vino solo a perdonarte. Vino a enseñarte a mirar. A sentir. A moverte por amor. Y si dejas que Él moldee tus ojos, te aseguro que verás un mundo distinto… y actuarás diferente también.
Porque en un mundo ruidoso, frío y dividido, la empatía puede ser la llama que encienda una revolución invisible… pero imparable.
Empieza tú.