La Reina de la Paz

Siete Mensajes para un Mundo al Borde del Abismo

LECTURAS

5/21/20256 min leer

Desde 1981, en un pequeño pueblo montañoso de Bosnia-Herzegovina, conocido como Medjugorje, la Virgen María —bajo la advocación de Reina de la Paz— ha estado comunicando al mundo una serie de mensajes que no pretenden instaurar una nueva doctrina, sino recordarnos lo esencial: lo que ya está revelado, pero ha sido olvidado. En una era caracterizada por la polarización, el ruido informativo, la degradación moral y la angustia existencial, sus palabras suenan como una súplica urgente que brota del corazón materno de Dios.

Sus llamados no son solamente una guía espiritual para creyentes, sino una advertencia profética a la humanidad entera: estamos al borde del colapso espiritual, moral y ecológico. Es ahora o nunca. Cada mensaje de la Virgen en Medjugorje es una medicina espiritual precisa para un mundo herido, extraviado y dividido.

1. Paz entre los hombres y con Dios

“La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy como el mundo la da” (Jn 14,27).

La paz que María nos ofrece no es un mero estado de ausencia de guerra, sino la paz que nace de la reconciliación con Dios, con uno mismo y con los demás. En tiempos donde las guerras resurgen como espectros del pasado (Ucrania, Medio Oriente, África), donde las naciones se arman y los pueblos se odian, el mensaje de la Virgen es escandalosamente sencillo: sin Dios no hay paz verdadera.

Hoy, la humanidad busca acuerdos políticos, diplomacia, tecnología, pero no busca a Dios. Hemos reemplazado el altar por el algoritmo, la oración por la opinión. El resultado: sociedades enfermas de ansiedad, jóvenes sin esperanza, familias fracturadas. El mundo no tiene paz porque ha olvidado al Príncipe de la Paz. La Virgen nos recuerda que la paz comienza en el corazón reconciliado con su Creador. Cualquier intento de paz sin esta raíz está destinado al fracaso.

2. Conversión personal

“Convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1,15).

No hay paz colectiva sin conversión personal. El mensaje de Medjugorje nos desinstala de la comodidad religiosa para recordarnos que ser cristiano no es una etiqueta, sino una transformación radical del corazón. La Virgen no nos pide que cambiemos al mundo —eso es consecuencia— sino que cambiemos cada uno de nosotros, desde dentro.

La conversión no es un evento, sino un proceso diario de morir al egoísmo, al orgullo, a la idolatría del yo. En una sociedad que exalta la autoafirmación, María nos habla de humildad, silencio interior y examen de conciencia. En una época que promueve la gratificación inmediata, Ella nos llama a la paciencia, al arrepentimiento, a volver a Dios con lágrimas sinceras.

Este llamado no es para “los malos”, es para todos. Incluidos los que rezamos, los que vamos a misa, los que creemos estar “bien”. Porque como dijo Jesús a la Iglesia de Laodicea: “No eres ni frío ni caliente… y no sabes que eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo” (Ap 3,15-17).

3. Oración, especialmente el Rosario

“Orad sin cesar” (1 Tes 5,17).

La oración no es una devoción piadosa, es el oxígeno del alma. María insiste una y otra vez: sin oración no hay conversión, no hay discernimiento, no hay fuerza espiritual. El Rosario, en particular, es presentado como un arma poderosa contra el mal.

En tiempos de confusión doctrinal, de relativismo moral y de tinieblas espirituales, el Rosario es una cuerda que nos conecta con el Cielo. No es un rezo automático, sino un camino de contemplación que nos hace meditar la vida de Cristo desde el corazón de María.

Hoy el mundo ha sustituido la oración por el entretenimiento, el recogimiento por la distracción constante. El alma moderna tiene horror al silencio. Y sin silencio, no se puede oír la voz de Dios. María lo sabe. Por eso insiste: sin oración, el alma se seca. Con oración, todo florece.

4. Ayuno, particularmente los miércoles y viernes a pan y agua

“Este tipo de demonios no se expulsa sino con oración y ayuno” (Mt 17,21).

El ayuno bíblico no es solo una práctica ascética. Es una forma de unirnos al sufrimiento de Cristo, de liberar al cuerpo del dominio de las pasiones y de interceder con poder por el mundo. En Medjugorje, la Virgen pide un ayuno concreto: miércoles y viernes, a pan y agua. ¿Demasiado exigente? No. Demasiado olvidado.

En un mundo que idolatra el placer y vive para el consumo, el ayuno es una revolución. No se trata solo de “no comer”, sino de ofrecer ese sacrificio como oración viva. El ayuno purifica el alma, aclara la mente y fortalece la voluntad.

María nos recuerda que hay males que solo se vencen con sacrificio. Muchos católicos hoy han perdido el valor del sacrificio redentor. Queremos cruz sin cruz. Amor sin renuncia. Evangelio sin esfuerzo. Pero el cristianismo auténtico tiene un precio. Y el ayuno es uno de sus pilares olvidados.

5. Lectura diaria de la Biblia

“Tu palabra es lámpara para mis pies, luz para mi camino” (Sal 119,105).

La Virgen no nos pide visiones, ni experiencias místicas. Nos pide algo más simple y radical: abrir la Palabra de Dios cada día. Porque es allí donde Dios sigue hablando, guiando, revelando. La Biblia no es un libro del pasado; es el presente eterno de Dios.

El cristiano que no lee la Biblia se vuelve débil, vulnerable a falsas doctrinas, supersticiones o espiritualidades vacías. Hoy más que nunca, donde abunda la mentira disfrazada de verdad, necesitamos empaparnos de la Escritura.

La Virgen no trae un mensaje nuevo porque el Evangelio ya lo dijo todo. Pero nosotros hemos dejado de escucharlo. Leer la Biblia cada día no es una opción devocional. Es una urgencia vital. Un alma que no se alimenta de la Palabra se marchita.

6. Confesión mensual

“Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonarnos” (1 Jn 1,9).

En un mundo que ha perdido el sentido del pecado, la Virgen nos recuerda el valor infinito del perdón. No hay sanación espiritual sin confesión. No hay conversión sin confrontación honesta con el propio pecado.

Muchos católicos hoy viven años sin acercarse al sacramento de la Reconciliación. Creen que basta con “sentirse perdonados”. Pero la gracia no se improvisa. Se recibe en los canales que Cristo instituyó. El alma necesita ser lavada, restaurada, liberada. El confesionario no es un tribunal de culpa, es un hospital de misericordia.

La Virgen pide la confesión mensual como un ritmo de purificación interior. En tiempos donde todo se justifica y nada se considera pecado, este llamado es profético. Nos recuerda que Dios no vino a condenar, sino a sanar. Pero para eso hay que reconocerse enfermo.

7. Participación plena en la Eucaristía

“El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna” (Jn 6,54).

La Eucaristía no es solo un símbolo. Es el corazón del cristianismo. Es Cristo vivo, entregándose por amor. La Virgen nos llama a vivirla no como rutina, sino como encuentro transformador. Ir a misa no basta. Hay que comulgar en estado de gracia, con fe viva, con el alma abierta.

En una época donde muchos católicos han abandonado la misa, y otros asisten pero sin conciencia del Misterio, este llamado de María es central. En cada misa el Calvario se hace presente, el cielo se abre, Dios se da. ¿Cómo permanecer indiferentes?

El mundo moderno ha marginado a Dios de la vida pública y la Eucaristía ha perdido su centralidad en muchos corazones. María nos recuerda que sin Eucaristía, la Iglesia muere. Y con Eucaristía, aún las cenizas arden.

Conclusión: Un grito de amor, no de miedo

Los mensajes de la Virgen en Medjugorje no son un conjunto de reglas, sino un llamado desesperado —y amoroso— al retorno. No están hechos para asustar, sino para despertar. Son una brújula para un mundo que ha perdido el norte. No hay novedad en ellos, porque la verdad eterna no necesita ser reinventada. Solo necesita ser vivida.

Ella nos habla como Madre. Nos implora como Reina. Y nos guía como discípula perfecta de Cristo. Medjugorje no es un espectáculo sobrenatural para curiosos. Es un llamado urgente a volver a Dios antes de que sea demasiado tarde.

Porque la historia no terminará con el ruido de las bombas, sino con el triunfo del Corazón Inmaculado de María. Pero ese triunfo comienza hoy, en cada alma que dice: "Sí, Madre. Quiero volver."