No solo es rezar y orar...

El peligro de la fe aparente y el llamado a una vida transformada de verdad

LECTURAS

5/18/20254 min leer

Hay algo profundamente conmovedor en ver a una persona orar. Las manos juntas, los ojos cerrados, el rostro vuelto al cielo. La oración es una imagen poderosa, símbolo de humildad, dependencia y fe. Pero también puede convertirse, tristemente, en un refugio cómodo donde nos escondemos de la transformación que Dios verdaderamente quiere hacer en nosotros.

En muchas iglesias, familias y comunidades vemos personas que oran constantemente: por las mañanas, antes de dormir, en los cultos, en redes sociales. Claman a Dios, publican versículos, y parecen vivir en un estado permanente de devoción. Pero ¿qué sucede cuando esa devoción no se refleja en su manera de actuar? ¿Qué pasa cuando la misma boca que ora, también murmura, juzga o miente? ¿Qué valor tiene la oración si no nos lleva a ser mejores hijos, mejores esposos, mejores vecinos, mejores cristianos?

“Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí.”
Mateo 15:8

Dios no busca palabras bonitas. Busca corazones rendidos. Busca sinceridad. Porque la fe verdadera no se mide por cuántas veces mencionas a Dios, sino por cuánto de Él se ve en tu forma de vivir.

El autoengaño espiritual

A veces, sin darnos cuenta, comenzamos a usar la religión como una máscara. Aprendemos a decir las palabras correctas: "Gloria a Dios", "Estoy en victoria", "Estoy orando por ti". Pero mientras tanto, en secreto, cultivamos hábitos que nos están alejando de la verdad.

Mentimos "pequeñito", para no meternos en problemas. Nos escudamos en la pereza diciendo que estamos "esperando en Dios". Caemos en la gula a escondidas, comemos no por necesidad, sino para llenar vacíos emocionales. Nos excusamos diciendo que "todos somos humanos", y lo somos, pero ¿no se supone que el Espíritu Santo vive en nosotros? ¿No se supone que "el que está en Cristo, nueva criatura es"?

“No os engañéis; Dios no puede ser burlado. Pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará.”
Gálatas 6:7

Dios no está buscando perfección, está buscando integridad. No está esperando que nunca caigas, pero sí que seas honesto cuando lo hagas. Porque mientras más fingimos, más nos alejamos de Su gracia. Y mientras más ocultamos, más difícil es sanar.

¿Qué pasa cuando orar se vuelve una excusa?

Sí, orar es necesario. Es vital. Pero hay quienes oran como un sustituto de la obediencia. Como si las palabras pudieran reemplazar las obras. Como si repetir plegarias automáticamente los hiciera justos ante Dios, mientras siguen viviendo como si no lo conocieran.

Recuerda la parábola del fariseo y el publicano:

“El fariseo se puso a orar consigo mismo: ‘Dios, te doy gracias porque no soy como los demás hombres…’.
En cambio, el publicano ni siquiera alzaba los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: ‘¡Dios, ten compasión de mí, que soy pecador!’”
Lucas 18:11-13

¿Quién crees que tocó el corazón de Dios? ¿El que recitaba oraciones altivas o el que, entre lágrimas, confesaba su necesidad de Él?

Hay oraciones que solo son ruido. Hay lágrimas que tocan el cielo. Porque Dios no escucha lo que decimos con la boca, sino lo que gritamos desde lo más profundo del alma.

La pereza disfrazada de espiritualidad

¿Cuántas veces decimos "estoy esperando en Dios", cuando lo que en realidad estamos haciendo es evitando actuar? Decimos que "Dios proveerá", pero no damos el paso de fe para ordenar nuestras finanzas, trabajar diligentemente o dejar la comodidad.

La pereza espiritual es un veneno silencioso. Nos hace creer que estamos caminando con Dios, cuando en realidad estamos estancados. Y muchas veces, nos justificamos usando Su nombre.

“El alma del perezoso desea, y nada alcanza;
Mas el alma de los diligentes será prosperada.”

Proverbios 13:4

Dios no bendice la pasividad disfrazada de fe. Bendice el corazón esforzado, sincero, que ora, sí… pero también actúa, cambia, trabaja, se corrige, y camina en dirección al propósito.

Una vida doble no honra a Dios

Quizás nadie te ve cuando mientes. Quizás nadie nota cuando comes en exceso en secreto, o cuando haces trampa en algo pequeño. Pero tú lo sabes. Y Dios también.

No hay nada que enfríe más nuestra vida espiritual que vivir en doblez. Nos roba la paz. Apaga el gozo. Nos vuelve personas duras, críticas, vacías por dentro. Y aún así, seguimos orando, cantando, y hasta sirviendo… con el corazón lejos de Dios.

“El que encubre sus pecados no prosperará;
mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia.”

Proverbios 28:13

¿De qué sirve orar todos los días si seguimos siendo los mismos? ¿De qué sirve proclamar a Cristo con los labios, si lo negamos con nuestras acciones?

Volver al corazón: la fe que transforma

Dios no te quiere perfecto, pero sí real. Te quiere rendido. Te quiere en la verdad. No quiere una fachada religiosa. Quiere una relación viva, genuina, profunda.

Es tiempo de dejar las máscaras. De mirarte al espejo espiritual y hacerte una pregunta incómoda, pero necesaria:

¿Estoy usando mi fe como una capa para cubrir mi desobediencia?

Si la respuesta es sí, no huyas. No te escondas más. Vuelve a casa. Vuelve al altar. Dile al Señor con honestidad:

“Señor, ya no quiero aparentar. Quiero vivir para Ti de verdad. Transfórmame. Saca a la luz lo que está roto, y dame el valor de cambiar.”

Esa es la oración que el cielo escucha. Esa es la oración que libera.

Una última reflexión

No te engañes: no eres lo que oras. Eres lo que haces cuando nadie te ve.

Jesús no murió para que fuéramos religiosos. Murió para hacernos hijos libres, íntegros, renovados por dentro. Y sí, caerás. Sí, tropezarás. Pero si decides caminar en la luz, Dios mismo te levantará, te limpiará, y te transformará.

Que nuestras oraciones sean sinceras. Que nuestro caminar sea coherente. Y que nuestra fe, más que en palabras, se vea en el fruto de una vida rendida a Cristo.