Pentecostes 2025 - Del sepulcro a la llama viva

Una tumba vacía dio inicio a una revolución espiritual que culmina en Pentecostés: el Espíritu Santo desciende como fuego para transformar el miedo en misión. Hoy no recordamos un evento, lo vivimos.

LECTURAS

6/9/20254 min leer

Lectura especial de Pentecostés 2025: "Del sepulcro a la llama viva"

Pasado el sábado, cuando aún la sombra del dolor reposaba sobre el alma de los discípulos, tres mujeres caminaron al amanecer, con el corazón roto, hacia la tumba de su Maestro. El Evangelio de hoy nos dice que María Magdalena, María la madre de Santiago y Salomé iban a embalsamar un cuerpo, no a buscar a un Resucitado. Iban con dolor, con fragancias de muerte... pero volvieron con un mensaje de vida.

Lo que encontraron allí no fue lo esperado: la piedra removida, el sepulcro vacío y un mensaje que alteraría para siempre la historia humana:
“No está aquí. Ha resucitado.”

Este anuncio marcó el principio de una revolución espiritual. Una revolución que no se levantó con espadas, sino con palabras. No se esparció por conquista, sino por testimonio. No nació en los palacios, sino en los corazones. Y esa revolución es la que culmina hoy, cincuenta días después, en Pentecostés.

Pentecostés no es una fiesta aislada. Es el eco glorioso del sepulcro vacío. Es la respiración del Resucitado sobre sus discípulos. Es el Espíritu Santo descendiendo como fuego para quemar el miedo y encender el amor.

Del temor al testimonio

Recordemos: tras la resurrección, muchos no entendieron. Algunos dudaron. Otros huyeron. La tumba vacía era sólo el comienzo, pero el corazón de los discípulos aún estaba cerrado. Y entonces vino Pentecostés. Vino como viento. Vino como fuego. Vino como palabra.

Los mismos que se escondían con miedo a las autoridades, salieron con voz firme y valiente. Los que negaban a Jesús, ahora lo anunciaban. Los que lloraban su ausencia, ahora sentían su presencia ardiendo por dentro.

¿No es eso exactamente lo que el Evangelio de hoy anticipa?
El joven vestido de blanco dice a las mujeres:
“Id, decid a sus discípulos y a Pedro que va delante de vosotros a Galilea; allí lo veréis, como os dijo.”

Jesús no se ha quedado en la tumba. Ha ido delante. Y sigue yendo delante. En Galilea, en Jerusalén, en nuestros hogares, en nuestras comunidades, en los rincones más olvidados del mundo.

Pentecostés no es el final de la historia. Es el comienzo de la Iglesia. Es el día en que dejamos de ser espectadores y nos convertimos en protagonistas. Es el día en que dejamos de mirar al cielo con nostalgia y empezamos a caminar la tierra con propósito.

El Espíritu como promesa cumplida

Jesús había prometido un Consolador. Un Espíritu que recordaría sus palabras. Que fortalecería los corazones. Que daría sentido a todo lo que Él había dicho e hizo. Ese Espíritu es el que descendió sobre los discípulos. No como paloma esta vez, sino como lenguas de fuego.

Ese fuego no destruye, transforma. No quema, purifica. No consume, fecunda. Ese fuego es el mismo que iluminó el rostro de Moisés. El mismo que encendió el altar de Elías. Y ahora, ese fuego arde en cada corazón que dice sí a Dios.

Pentecostés hoy

Querido hermano, querida hermana...
Pentecostés no es solo un recuerdo litúrgico. Es un presente activo. Es hoy. Es ahora.

Cada vez que dejamos que el Espíritu Santo transforme nuestro miedo en fe, vivimos Pentecostés.
Cada vez que elegimos amar cuando podríamos odiar, vivimos Pentecostés.
Cada vez que nos levantamos después de una caída, que perdonamos, que sanamos, que nos convertimos... el Espíritu desciende otra vez.

¿Te das cuenta? El Evangelio de hoy no termina con el sepulcro. Comienza con una misión.
“Id, decid…”
Las mujeres no podían quedarse allí. Tampoco tú ni yo podemos quedarnos solo contemplando.
Debemos salir. Anunciar. Vivir.

De la piedra removida al corazón abierto

El sepulcro de Jesús fue abierto, no para que Él saliera, sino para que nosotros pudiéramos entrar y ver… y luego salir transformados.

Hoy, en Pentecostés, Dios remueve también las piedras de nuestro corazón. Esas piedras de orgullo, de dolor, de incredulidad, de miedo…
Y una vez removidas, Él no deja el espacio vacío: lo llena con su Espíritu.

Ese Espíritu te susurra hoy:

“Tú no estás solo. Yo estoy contigo. Resucité para darte vida. Fui al Padre para enviarte poder. No temas. Yo soy.”

Conclusión: Como os dijo…

El Evangelio termina con una frase que parece simple, pero es poderosa:
“…como os dijo.”
Jesús había prometido que resucitaría. Lo dijo, y lo cumplió.
Jesús había dicho que enviaría el Espíritu. Y lo hizo.
Jesús ha dicho que estará con nosotros hasta el fin del mundo… y esa promesa también se cumple.

Hoy, mientras celebramos Pentecostés, pidamos una cosa:
No solo recordar, sino renovar.
No solo creer, sino arder.
No solo esperar, sino actuar.

Porque el mundo necesita testigos, no solo oyentes.
Necesita discípulos, no solo creyentes.
Y tú estás llamado, como las mujeres del Evangelio, a ir y anunciar.

¡Ven, Espíritu Santo!
Llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor.
Envía tu luz, tu fuerza y tu paz.

Amén.